martes, 11 de diciembre de 2007

Apocalipsis industrial

Apocalipsis industrial
Francisco Javier Chaín Revuelta

La llamada crisis de la energía es un concepto políticamente ambiguo. En la manera como se usa en el presente, sirve a los intereses imperialistas de los Estados Unidos. Sirve de explicación para limitar privilegios a quienes más directamente cooperan en el desarrollo de estos privilegios. En América Latina la difusión del pánico, la difusión de ese “petate del muerto” que es la crisis energética, sirve para integrar el continente más perfectamente como periferia de un mundo cuyo centro está donde más energía per capita se utiliza. “No hay movimiento de verdadera liberación que no reconozca la necesidad de adoptar una tecnología de bajo consumo energético” documenta con previsión Iván Illich.
Discutir la crisis de energía equivale a colocarse en el cruce de dos caminos. A mano izquierda se abre la posibilidad de transición a una economía postindustrial, que pone el énfasis en el desarrollo de formas más eficientes de trabajo manual y en la realización concreta de la equidad. Nos conduciría a un mundo de satisfacción austera de todas las aspiraciones realistas. A mano derecha se ofrece la opción de acometer la escalada de un crecimiento que pondría el énfasis en la capitalización y el control social necesarios para evitar niveles intolerables de contaminación. Nos conduciría a transformar los países latinoamericanos en participantes de tercer orden en el apocalipsis industrial, hacia el cual marchan los países ricos. Estados Unidos, Japón o Alemania ya están a punto de perpetrar el autoaniquilamiento social, en una parálisis causada por el superconsumo de energía. Insistiendo en el sueño de hacer trabajar las máquinas en lugar del hombre, se desintegran políticamente, aún antes de verse sofocados en sus propios desechos. Es una desgracia mayúscula oír en tv, al que funge como presidente de México, que hay que aceptar inversión de países ricos para sacar el petróleo del fondo del mar, cuando la razón apunta a dejar de quemar petróleo. Otros sueñan destruir lo rural por el apocalipsis houstoniano.
Hay ciertos países, como la India y Birmania que son todavía bastante operantes en el uso de sus músculos, precaviendo así el aumento del desarrollo energético. Pueden aún limitar el uso de energía al nivel actual, tratando de usar sus vatios para fines cualitativamente cada vez más altos y cada vez mejor distribuidos. Posiblemente den el ejemplo de una economía al mismo tiempo postindustrial y socialista, para lo cual deberán mantener una tecnología con un bajo consumo de energía y decidir, desde ahora, vivir más acá del nivel de consumo por cabeza de energía mecánica que deberán recuperar los países ricos para poder sobrevivir.
América Latina se encuentra dentro de una tercera situación. Sus industrias están subcapitalizadas y sus subproductos, física y socialmente destructores, son menos visibles que en los países ricos, haciendo excepción particular del Distrito Federal en México y de Sâo Paulo en Brasil. El menor número de gente es consciente de sufrir precisamente a causa del aumento de la potencia de la máquina industrial y, por tanto, menos es la gente dispuesta a tomar en serio la necesidad de limitar el desarrollo ulterior de tal potencia. Por otro lado, todos los países de América Latina ya tienen una infraestructura física que a priori al no escolarizado, al no motorizado, al no electrificado, al no industrializado, le permiten participar humanamente en el proceso de producción. Aquí, la idea de una alternativa al desarrollo de la industria pesada ya implica la renuncia a lo que se está haciendo o se cree poder hacer mañana: una renuncia al coche, a la nevera, al ascensor y hasta al cemento armado que ya está en invadiendo pueblos y vecinos. En Latinoamérica y aquí hay poca conciencia por renunciar al modelo de los ricos. fjchain@hotmail.com

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