miércoles, 7 de marzo de 2007

La escuela de la necesidad

La escuela de la necesidad
Fco. Javier Chaín Revuelta

Hay diversas formas de necesidad. Si alguien me obliga irremediablemente a hacer algo, lo haré necesariamente y, sin embargo, la necesidad de ese hacer mío no es mía, no ha surgido en mí, sino que me es impuesta desde fuera. Yo siento, por ejemplo la necesidad de pasear por el parque ecológico Paso Coyol y esta necesidad es mía, brota en mí, lo cual no quiere decir que sea un capricho, ni un gusto, no; la ser de necesidad tiene un carácter de imposición y no se origina en mi albedrío, pero me es impuesta desde dentro de mi ser, la siento, en efecto como una necesidad mía. Más cuando al salir hacia el paseo el agente de tránsito me obliga a seguir una cierta ruta, me encuentro con otra necesidad, pero que ya no es mía, sino que me viene impuesta del exterior, y ante ella lo más que puedo hacer es convencerme por reflexión de sus ventajas y, en vista de ello, aceptarla. Pero aceptar una necesidad, reconocerla, no es sentirla, sentirla inmediatamente como tal necesidad mía, es mas bien una necesidad de las cosas, que de ella me llega extraña a mí. Sería ésta una necesidad mediata frente a la inmediata, a la que siento, en efecto como nacida en mí.

Ahora bien, cuando el hombre se ve obligado a aceptar una necesidad externa, mediata, se encuentra en una situación equívoca, bivalente, porque equivale a que se le invitase a hacer suya –esto significa aceptar- una necesidad que no es suya. Tiene, quiera o no, que comportarse como si fuese suya; se le invita, pues, a una ficción, a una falsedad. Y aunque el hombre ponga toda su buena voluntad para lograr sentirla como suya, no está dicho que lo logre, no es ni siquiera probable.

Hecha esta aclaración, fijémonos en cual es la situación normal del hombre a la que se llama estudiar, si usamos, sobre todo, este vocablo en el sentido que tiene como estudio del estudiante; o lo que es lo mismo, preguntémonos qué es el estudiante como tal. Y es el caso que nos encontramos con algo alucinante, con algo igual a la falsedad de estudiar. Nos encontramos con que el estudiante es un ser humano, masculino o femenino, a quien la vida le impone la necesidad de estudiar las ciencias de las cuales el no ha sentido inmediata, auténtica necesidad. Si dejamos a un lado casos excepcionales, reconoceremos que en el mejor caso siente el estudiante una necesidad sincera, pero vaga, de estudiar “algo”, así en general de “saber”, de instruirse. Pero la vaguedad de este afán declara su escasa autenticidad. Es evidente que un estado tal de espíritu no ha llevado nunca ha crear ningún saber, porque éste es siempre concreto, es saber precisamente esto o precisamente aquello; y, según la ley de la funcionalidad entre buscar y encontrar, entre necesidad y satisfacción, los que crearon un saber es que sintieron no el vago afán de saber, sino el concretísimo de averiguar tal determinada cosa.

Esto revela que aun en el mejor caso –salvo excepción- el deseo de saber que puede sentir el buen estudiante es por completo heterogéneo, tal vez antagónico del estado de espíritu que llevó a crear el saber mismo. Y es que la situación del estudiante ante la ciencia es opuesta a la que ante ésta tuvo su creador. En efecto: la ciencia no existe antes de su creador. Éste no se encontró primero con ella y luego necesitó poseerla, sino que primero sintió una necesidad vital y no científica y ella le llevó a buscar su satisfacción y al encontrarla en unas ciertas ideas resultó que éstas eran la ciencia, o como dicen los capitalistas ahora, su patente.

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