viernes, 31 de agosto de 2007

La realidad no espera

La realidad no espera
Francisco Javier Chaín Revuelta


Con el objetivo de reducir las tasas de desempleo a los niveles más bajos posibles en el más corto espacio de tiempo posible, Keynes se concentró en un conjunto de políticas que, según él, deberían ponerse en práctica por la sociedad, y más particularmente por el Estado.

Desde este punto de vista, Keynes creía que, en tiempos de crisis, no había tiempo para esperar que las fuerzas de mercado se pusieran a corregir por sí solas los desequilibrios, y defendió públicamente la necesidad de que el Estado tomara cartas en el asunto y se encargara él mismo, directamente, de dirigir la economía hacia la dirección adecuada. A falta de una demanda de mercado espontánea suficiente, proponía que fuera el Estado el que completara su insuficiencia con una demanda pública adicional destinada a favorecer las ventas y la producción de las empresas (es decir, el empleo). De todos es sabido que las recetas de Keynes fueron a la vez monetarias y fiscales. De hecho proponía simplemente que el Estado gastase más sin necesidad de recaudar más impuestos, sino mediante la estrategia de incurrir en déficits públicos sucesivos, directamente financiados por nuevas emisiones monetarias. Keynes introdujo en su teoría general la categoría del desempleo involuntario, que hasta ese momento no era tratada por los neoclásicos, pues estos defendían la teoría del profesor Pigou del desempleo voluntario. Aunque esta categoría resultara novedosa para el mundo económico burgués, esta ya había sido tratada por Carlos Marx cuando definió el ejército industrial de reserva. Los análisis de Keynes parten de la demanda, desde el punto de vista metodológico, igual que los marginalistas. Acepta al pie de la letra la ley de los rendimientos decrecientes y utiliza hasta las últimas consecuencias los problemas del margen (propensión marginal a consumir, eficacia marginal del trabajo, etc.)

El modelo keynesiano es considerado como un modelo cortoplacista, inflacionario y deficitario. Estas mismas características hicieron que muchos lo consideraran como un fracaso para los años posteriores a la crisis. Los neoclásicos siguieron desarrollando sus teorías, perfeccionándolas y adaptándolas a las nuevas condiciones, ejemplo de esto lo constituye la curva de Phillips y las modificaciones de esta curva realizada por Friedman y Phelps.

El Estado es, según los neoclásicos, una fuerza intervencionista y distorsionante porque con sus regulaciones y leyes -siempre excesivas, a juicio de estos autores-, impide que se forme en el mercado de trabajo, un verdadero precio libre. Al imponer salarios mínimos, subsidios y otras protecciones frente al desempleo, al regular de forma intervencionista el mercado de trabajo, los derechos de huelga y despido, la contratación colectiva, etc.; al actuar, en suma, como un Estado de bienestar (en la expresión favorita de los keynesianos), y no como un simple Estado liberal; en realidad lo que hace el Estado es contribuir a elevar artificialmente el precio del mercado de trabajo (es decir, la tasa salarial) por encima del nivel que correspondería a los fundamentos internos de la economía (es decir, al funcionamiento libre y flexible de este mercado). Sin embargo, para reducir el desempleo, la realidad no espera a nadie, ni a neoclásicos, ni a keynes, ni a gobernantes ineptos, ni elecciones de más ineptos. El hambre busca soluciones propias, la mayoría innombrables aquí, por aquello de las “buenas conciencias” sólo podremos citar como políticas de sobrevivencia: Migración, ambulantaje y piratería. fjchain@hotmail.com

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